@BarbaraCabrera
Comienzo esta amorosa
Nornilandia con la que parece ser una exquisita ironía de Joan Manuel Serrat y
cito:
“Nada tienes que temer, al mal
tiempo buena cara, la Constitución te ampara, la justicia te defiende, la
policía te guarda, el sindicato te apoya, el sistema te respalda”
Febrero (dicen) es el mes más
amoroso del año. El calendario (mercadológico) apunta el 14 como el día de San
Valentín, ese en el que se celebra el amor y la amistad, momento en que muchos
se desviven con obsequios para sus amados.
Además, las efemérides en
México señalan un aniversario más de la Constitución Política de los Estados
Unidos Mexicanos (¡ufff, sumamos 101 años de la expedición de dicho texto!)
La
instauración de un texto constitucional depende de la coyuntura histórica por
la que transita cada país. En el momento que una nación ya posee una
Constitución, comienza a ser latente que ésta sea reformada para mantenerla
actual a los tiempos y requerimientos socio-políticos. Lo cual los enquistados
en el poder gubernamental, parecen no racionalizar y a fuerza de reformas,
controlan y no ayudan.
En este
sentido, el procedimiento para adecuarla, es a través de un proceso
legislativo, el cual puede ser flexible o rígido, dependiendo del sistema
jurídico de que se trate. Tratándose del caso mexicano, tenemos que es rígido, así
lo estatuye el artículo 135 Constitucional. Aunque en la praxis, baste tener
mayoría curulera para lograrlo, lo que digan los Estados, es lo de menos. Es
importante mencionar que aunque el numeral referido únicamente da la pauta para
reformas parciales, no así para la expedición de un nuevo texto. ¡Resulta
sorprendente que el texto fundamental no reconozca otro procedimiento de
reforma más que el del Poder Constituyente Permanente, sin referirse a la
posibilidad de convocar a un Congreso Constituyente o de iniciar reformas por
referéndum! Se olvida la prescripción del artículo 39 constitucional, situación
que es conveniente no perder de vista.
Lo sabemos,
la Constitución Política de los Estados Unidos mexicanos en vigor, que data de
1917, es producto de múltiples reformas parciales que por cientos se han
acumulado a lo largo de 19 sexenios presidenciales, contados a partir de Álvaro
Obregón. Siendo Enrique Peña Nieto el más reformista ¡como olvidar la
imposición de las reformas estructurales!
¿El
resultado?: de sus 136 artículos, solo 27 permanecen intactos.
¿Estamos
preparados para un nuevo constituyente? Esa es la pregunta neurálgica. Lo
cierto es que el Estado mexicano sí requiere la expedición de un nuevo texto
constitucional; suscribir un Nuevo Pacto Social, a la par que se construye una
mejor ciudadanía.
El camino
está plagado de complejidades, el cual incluye una sociedad poco preparada para
ser más exigente y participativa; así como la obstinación del gobierno para
asumir con seriedad un cambio sustancial que vaya más allá de reformas
estructurales a modo.
Actualmente,
la Constitución se ha convertido en el plan sexenal en turno, convirtiéndola en
una agenda que deriva en reformas parciales que se circunscriben al Poder
Ejecutivo y su administración pública, observando tímidamente los
requerimientos de una sociedad cada vez más demandante y ávida de reglas del
juego acordes a estos tiempos.
Pero ¿sabemos
qué reformar y cómo lo vamos a hacer? pues se advierte que las reformas contemporáneas
realizadas, llevan la huella de reformadores muy incompetentes; aunado a los compromisos políticos que se anteponen al
legislar observando la realidad dominante.
¡Lejos,
muy lejos estamos del espíritu de la Constitución que nos dio el constituyente
de Querétaro de 1917!
Los
tópicos a considerar para un nuevo texto constitucional son vastos: se
requiere, entre muchos otros, un rediseño de la democracia participativa:
referéndum, plebiscito y revocación de mandato; nuevos derechos ciudadanos; los
tópicos educativos deben ser replanteados, a la par que somos sabedores que los
derechos sociales en la Constitución mexicana han quedado rezagados.
Hoy en
día, podemos concluir que el amor, no es constitucional.
Debe perderse
el miedo de considerar la posibilidad de conceder a las nuevas generaciones una
nueva Constitución, adecuada a la realidad del siglo XXI.
Es todo por
hoy.
¡Hasta la
próxima Nornilandia